El periodismo ha muerto. Larga vida al periodismo.
Se anuncia todos los días, por todas partes, como una noticia más en los informativos. En la radio, en prensa, en televisión. Es una noticia implícita que está ahí y no percibimos. Es una verdad a gritos que muchos desearíamos que fuera una mentira. Y cuando nos quitamos la venda y miramos a fondo la descubrimos. El periodismo ha muerto.
Entonces el espectador, cuando es consciente de esta verdad, asume que no necesita la labor de un periodista y prepara un entierro. Un entierro a todas luces merecido, pues puede que si elaboramos una crónica de esta muerte anunciada, la causa del fallecimiento sea el suicidio. Sin embargo, hablamos de un suicidio provocado, donde todos sabíamos lo que ocurría y nadie hizo nada.
Hemos difundido nosotros mismos los límites de una profesión. Todos somos culpables de este funeral, y miramos el ataúd hundiéndose en el suelo, sintiéndonos culpables pero sin mucho remordimiento. Y el muerto, consciente de su propia condena, desearía haber hecho más y haber luchado. Pero ya no puede hablar, pues las voces de los demás lo acallan. Entonces se queda en silencio, mirando con angustia un mundo lleno de ruido.
Hay muchos tipos de ruido, pero el que nos atañe es aquel que nos confunde, el que suplanta nuestro pensamiento crítico por unas ideas predeterminadas. Quizá haya que remontarse muy atrás, muchísimo tiempo atrás, para encontrar lo que los filósofos llamaban la “verdad”. O quizá solo haya que encontrar nuestra “verdad”. Puede que sea así de sencillo: leer, escuchar, comparar y ante todo, pensar.
¿Aún hay esperanza para el periodismo?
Podemos culpar a nuestras pantallas, esas jaulas donde viven las bestias del nuevo siglo. Y digo bestias, pues han arrasado con todo. Y digo todo, pues nos han fagocitado por completo. El periodismo se ha visto carcomido por las redes digitales, pero aun así, no podemos culparlas. Hemos sido nosotros quienes no hemos sabido domarlas y, como Frankenstein, se nos han rebelado.
Hablamos de un oficio ancestral que se ha visto prostituido, vendido al mejor postor. Ya no hablamos de la figura del escritor con el diario y la Olivetti, sino de vendedores. Cualquier persona que sepa vender sus palabras e imágenes puerta por puerta vale más que cualquier graduado. Lo cual nos lleva a una de las causas de este funeral.
Educar en la importancia de la curiosidad.
Un periodista muere antes de ser creado, pues la formación en comunicación deja a esta profesión huérfana. Jóvenes con la promesa de cambiar el mundo y dar voz a quien no la tiene se marchitan durante el proceso académico. Llenamos las mentes de papel mojado en vez de nutrirlas de interés y curiosidad, herramientas básicas en esta profesión.
El muerto, en su soledad, se arrepiente también de sus malas compañías. Se arrepiente de cuando fue influido, y de cuando pretendió influir en vez de informar. Llora y lo lamenta, pues no solo creó y alimentó hogueras de odio e indiferencia, sino que traicionó sus principios de la manera más vil, subordinándolos al poder de turno.
Pero, en todo este tormento, en el fondo sabe que en algún lugar, aunque sea muy lejos, hay una persona dispuesta a luchar. Y esa persona no se rinde, pues en su corazón reinan la objetividad, la honestidad y la integridad. Entonces el periodismo renace, abre su caja de pino y anda, sin rumbo fijo, pero de nuevo, anda. Los asistentes al funeral miran al muerto, quien va dando tumbos de moribundo, y lo miran extrañados, pero con un halo de esperanza. Aún no está todo perdido. El periodismo ha muerto, larga vida al periodismo.
Créditos:
Imagenes del post originales de unsplash.com
Redactor/Guionista
Un periodista
¡Es verdad! El periodismo se ha prostituido en favor de los poderes económicos y los lobbys, encargados de manejar la información para obtener réditos económicos y espurios. El periodismo romántico de antaño; aquél que buscaba informar a una sociedad tan inocente como ignorante se ha difuminado en la misma proporción que los poderes fácticos han metido sus sucias manos en las direcciones de los medios de comunicación, que ya solo se dedican a proteger los intereses de sus inversores.
El periodismo fue necesario en el pasado, hoy debería serlo, y excepcionalmente lo seguirá siendo, dando cumplido sentido al tópico de que “la excepción confirma la regla”.
Absolutamente de acuerdo con el redactor, que expone de forma sencilla pero contundente los últimos estertores de una profesión moribunda.
Periodismo D.E.P.
Vance Rickel
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